Cuarenta y dos años. Un mundo que, en ese momento, burbujeaba con ideas que rompían las costumbres y actuaban para mutar en algo diferente.
Juventud que decidió luchar, hablar y decirle a sus cercanos y a todos que no estaba de acuerdo.
"No se olvida" y no debe de olvidarse. Las experiencias del pasado ayudan a entender nuestro presente y a decidir el futuro.
"Mucho menos perdonamos" y qué lástima. Una generación resentida -una que en su mayoría conoce el pasado por medio de otros -, llena de rabia, llena de palabras de reclamo. De sed de rebeldía a como de lugar.
¿Y el presente? ¿Dónde está el día a día que construye el futuro a partir del aprendizaje del pasado? ¿Quién vive y desarrolla este presente? ¿Una generación de resentidos teatrales que pasan su tiempo quejándose amargamente en todo escenario posible? ¿Una generación que despotrica contra todos aquellos que considera diferentes de sí mismos? ¿Una generación que pide una lucha que no está dispuesto a realizar?
Una generación que no actúa. Una generación que habla mucho pero no convierte sus palabras en actos. Ni en pequeños actos de voluntad cotidiana ni en actos gigantescos de mutación de conciencia. Si no se cambia en lo pequeño individual, ¿cómo esperar un cambio social?
¿Hay lucha dentro de un bar o un club donde se discute la diferencia social y se expone una interminable colección de calificativos en pos de esa gente cuando al salir de ahí no se está dispuesto a aceptar que existen otras personas diferentes a ellos?
El año 1968 ya pasó. Esa generación ha luchado, de muchas formas y con muchos resultados. Un pasado que no se olvida pero que junto con él se olvida el presente.
¿Tiene sentido pasar largas horas en neurosis, emociones y metas truncas, quejas grandilocuentes y bebidas frías en pos de una revolución?
Aplausos para quienes ponen su realización, lucha y felicidad en la base de aquello que les divierte.
Si quieren salir a las calles, salgan a las calles. Si quieren ser artistas y expresar su opinión a través del arte, háganlo y disfruten haciéndolo. Condesen su furia, esa furia hecha a base de leña de 42 años o más, en mutaciones. En cambios. De nada sirve una revolución si los humanos que la gritan están jugando a ser oídos.
Una generación hipócrita, que clama una cosa y hace otra. Una generación cuya garganta fue entrenada para gritar hasta quedar afónica y olvidar sus propias palabras en cuanto comienza la diversión. Una generación que no se conoce a sí misma, se rechaza.
Diversión que es una medicina para el estrés, atrae sonrisas y abre puertas; pero también es un escudo para el miedo y la desesperación. La diversión es de quien se conoce y se sabe dónde está, que conoce el presente. Y lucha por mutarlo hacia el futuro. Lo re crea.
No olvidemos el pasado, pero tampoco olvidemos vivir el presente. La mejor lucha, el mejor aprendizaje de esa generación que vivió lo que nosotros ahora sólo recordamos es, sin duda, dejar de ser una generación resentida y convertirnos en una generación mutante hacia el futuro.
2 de octubre, 2010.
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