martes, 26 de abril de 2011

¿Promedios?

Nunca me he creído el cuento del Promedio Nacional de Lectura. Llevo mucho tiempo convencido de que la preocupación por la lectura a nivel gubernamental e institucional es tan medular  como el estar convencidos de que atiborrando de computadoras las escuelas los niños se harán más listos. Vamos, la imbecilidad es fácil cuando se juntan las multitudes, y si la gogleas, llegará más rápido. Y si una encuesta dice que se lee medio libro al año no comprueba otra cosa más que lo sencillo que es usar el método cuantitativo para formular preguntas de tal forma que los resultados asusten a todas nuestras tías.

Hay dos cosas muy ciertas y no hay necesidad de encuestar para entenderlas: estamos rodeados de imbéciles con la idea de que leer un libro es de aburridos  -y al contrario, los que piensan que leer te hace, como por arte de magia, sabio- y los que leen. Los que les gusta y ya. Lo hacen como si nada. Los que encontramos en el transporte público cargando el nuevo de vampiros guapos, los de conspiraciones, superación personal, melodramas políticos, chistes, murakamis, brujos adolescentes y todo lo imaginable hasta el libro de sudokus y sopas de letras. Sí se lee, y mucho. El chiste está en que de ello se aprenda algo. Si no a recitar frases como posesos, sí  a ampliar el vocabulario cotidiano o fijarse cómo se escriben las palabras o se estructuran las frases.

¿A quién le importa si se lee medio libro o 2 ó 3 ó 50 al año si después de eso no se puede formular una pregunta o escribir una frase? No es cuestión de leer como si no hubiera futuro o despreciar  al lector a favor del socialité, sino más bien conectar los circuitos que transforman las ideas  en lenguaje hablado o escrito. Tres elementos distintos: ideas, lenguaje oral y lenguaje escrito.

Ese desfase entre las ideas y la forma de transformarlas en lenguaje es un problema que supera a cualquier encuesta. Escribir como se habla es una muestra de que un sistema educativo ha estado décadas aventando piedras preciosas al precipicio, además de robarse el dinero de sus agremiados para comprar Hummers.

No es cierto. Que se anuncie que se lee medio libro al año no es para preocuparse en lo absoluto; en todo caso, es para darse cuenta de lo caros que pueden llegar a estar los libros y que, sin embargo, habemos quienes compramos de a muchos de vez en cuando. También, por más que le duela a los intelectuales, se lee muchísimo el libro de moda, el de Mariano Osorio o Jordi Rosado. Libros de más de 400 páginas que terminan en los buróes de adolescentes burgueses y señoras copetudas que, en un indescifrable ataque de soberbia, niegan rotundamente ante el inocente encuestador que en su vida hayan siquiera hojeado  cosa semejante.

Tampoco es cierto que leer ese material te deja imbécil. El que es imbécil lo será aunque se lea todas las tragedias griegas en idioma original. Eso es genético y hasta histórico. Si se vive entre imbéciles, lo más probable es que se termine siendo uno.  Leer a Dan Brown o la saga Crepúsculo sólo es una cereza en ese pastel rebosante de crema. Cada quien agarra el libro que se le da la gana cuando se le da la gana. Por puro gusto.

Tú, por ejemplo, decidiste leer este Libro Vakero con todo y que una palabra está escrita con K a sabiendas de que así no va. Quizá porque ya lo conocías, quizá porque decidiste que se veía curioso y te pareció buena idea quedarte a husmear.  Uno de esos blogs, de esos blogs que luchan por sobrevivir en un entorno en el que la creatividad ha puesto como requisito la brevedad. Y ya que estoy en esto, debo decir una cosa: me da mucho gusto que eso pase, que ya no sea el blog  la herramienta para hacerse de una colección de fans por lo sociable que uno pueda ser, sino la herramienta para quienes queremos decir algo.

De escritores. De quienes un par de veces al día nos preguntamos cómo convertir lo que nos ronda la cabeza en palabras que se queden en el papel o, como ahora, en un blog. Alguien dijo alguna vez: “Y es que en este mundo ya hay muchos más escritores que libros y muchos más libros que habitantes en ciertos países pequeños”,  la cosa es enchufar el cerebro con la boca o las manos;  tal parece que lo que faltan son lectores, lectores sin miedo a agarrar un libro y sacarle algo, aunque sea una cita para entrecomillar. El resto, “[…] estimados lectores y amigos, no es más que basura para vender libros de cuentos”.