viernes, 13 de marzo de 2009

El Depredeitor

I

Gonzalo llegó como todos los días: ansioso, con los pantalones enlodados, su playera de Interpuesto y manejando ese horrible carro despintado. Cuando llegaba siempre hacía ese ritual que nos ha parecido, más que un misterio, una extraña maña del bastardo. Sus manos flacas y huesudas se estiraban como si fueran de goma, pinche Gonzalo, siempre sabía dónde buscar. Y el muy cabrón siempre encontraba.

II

Éramos dos docenas. Todos uniformados, llegamos exactamente al mismo tiempo esa noche temblando de frío. A algunos ya les empezaba a doler la cabeza y su color no era muy bueno. Recuerdo que contrario a lo que nos habían dicho, no venía nadie por nosotros y ninguno habíamos salido. Hacinados en ese pequeño lugar que a cada minuto se calentaba más. Estaba oscuro, chocábamos unos con otros y sentíamos la presión, el miedo. Todos se preguntaban por qué fuimos separados de los otros. Estuvimos solos largo rato hasta que nos movieron. Afuera había voces en una extraña lengua, risas. Carcajadas.

De pronto: Silencio.

Destellos de luz. Uno tras otro. En cada destello pierdo de vista a uno de nosotros: Veinte, trece, cinco…  me aterro. Sudo.  Me toma entre sus manos, me mira con malicia, sonríe. Me sostiene por el cuello, lo acaricia. Veo alrededor y me doy cuenta que soy el último de todos. Sus ojos brillan, maldita bestia. Un tronido en mi cabeza y todo se vuelve negro. Vacío.

III

Volvimos de con las chavas, sedientos y orgullosos de ser tan chingones… merecemos una helada recompensa.

Buscamos como locos. ¡No mames! Todas en el suelo, ni una gota.

Y el Gonzalo ya no estaba.