viernes, 4 de septiembre de 2009

En la Jefatura

Es increíble cuando a uno lo arrestan por fisgonear. Sobre todo si lo que fisgoneas es tu propia ventana, escabullido en los matorrales, en cuclillas y usando unos binoculares. En realidad no había mucho remedio, después de todo ¿cómo explicas a un torpe policía que la persona a la que espías eres precisamente tú? Estoy jodido. O casi.

Fundido en cuadros al escritorio del Ministerio Público.

-Señor R, no le creo absolutamente nada. ¿Cree que soy pendejo, acaso?

No contesto, no tiene caso negar tal cosa.

- Está usted escondido en los matorrales espiando como un depravado a un pobre hombre que, también dentro de una tontería, dice que ha perdido un robot y vive con un hato de simios asquerosos.

Tampoco logro encontrar la forma de negar eso.

Se desvanece a negros. Estoy en la ventana de la comandancia, comiendo un chicharrón con cueros.

- ¡A tomar por culo sus babuinos! Me importa un pito si tiene 15 simios o 300. No pienso manchar mi puesto creyendo historias de degenerados.

Los policías conversan entre ellos. Piensan que si ayudan al pobre hombre estarán perdiendo el prestigio que tienen. Unos dicen que se trata de un loco que vive solo y que inventa cosas. Otros simplemente se llevan la cerveza a la boca y ríen como desquiciados viendo pornografía en la computadora del secretario particular.

La puerta se abre de golpe y todos voltean azorados. La escena cambia a sepia y los ojos son los únicos que quedan en color.

Como si un camión enorme entrara con las luces altas directamente a ese puñado de gordos mal olientes con charola al pecho, entra a la jefatura una figura imponente: alto, fornido y usando un curioso sombrero a la Dick Tracy. No los mira a los ojos, recorre la sala en escrutinio de inspector de sanidad contando su soborno por anticipado.

- ¿Qué mierrrdas sucede aquí? – pregunta con una voz grave como para orinarse, usando un ridículo acento ruso en un de por sí mal español. Los policías no pueden cerrar la boca mientras chapotean en los charcos de baba que se han formado en el suelo.

-¿Quién es usted y qué hace aquí? ¿Quién le dijo que podía hacer preguntas? YO HAGO LAS PREGUNTAS – gritó el MP casi al borde de cagar sus pantalones.

-¿Prrreguntas? - reviró despectivo, burlón. Se acomodó el sombrero y avanzó un poco más hacia donde una lámpara iluminó su paso; lo que ilumina esa lámpara se vuelve de un tono rojizo. Continua:

-Las prrrreguntas las harrré yo – retrocedieron los panzones. Yo me encaramé a la ventana, di otra mordida a mi bocadillo y puse atención - Ese hommbrrrre que tienen detenido es amigo mío. Vengo a llevarrrrrlo de vuelta – su voz retumbó por la sala y alcancé a ver su rostro. Abrí los ojos asombrado, casi caigo hacia dentro. Era él.

-No puede llevarse a nadie, está dentro de un cuartel de policía y podemos encerrarlo-

Un paso adelante y su identidad se reveló ante el asombro y horror de los polizones: bajo ese sombrero y el traje a cuadros estaba la figura cuadrada y curiosamente erguida de un homínido primitivo, peludo en todo rincón visible. Hocico pronunciado, manos largas y patas ágiles.

-Se irrrrrá conmigo- volteó hacia la ventana y me guiñó su simiesco ojo izquierdo. Después avanzó y me jaló hacía él. Yo seguía en la ventana y pude ver cómo salía conmigo a cuestas dejando a todos en la sorpresa y el terror.

Antes de salir había dejado una tarjeta en el escritorio más cercano. Cuando pude escabullirme la tomé y comprobé lo que mis ojos habían anticipado.

¿Su nombre?

"Morsa, Sr Morsa. Babuino Culomorado"