domingo, 13 de diciembre de 2009

Mi Hermano Carlo

La caminata le sentaba bien. Desde que lo vi salir del salón de reunión, el pobre estaba muy cabizbajo, pálido. Apenas unas horas antes había reído a sus anchas y soltado carcajadas dignas del mejor de los villanos. Pero de la nada, se había vuelto gris. Creo que se entiende que siendo él como nosotros, un vampiro, su color de piel no sería exactamente el de un rollizo bebé meridional; sin embargo, hasta nosotros nos preocupamos por su estado en ese momento. No era fácil para él haber sido botado por esa tonta mujer.

Años atrás, él junto con otros del grupo fuimos de excursión al desierto de Sonora. Ya saben, algo muy normal entre vampiros. Supongo que no creerían que todo el tiempo nos la pasamos pensando en morder cuellos y perseguir damiselas –aunque, eso último, debo confesar que sí lo hacemos seguido-. También nos reunimos, hablamos de carreras de caballos, autos deportivos y jugamos pocker. Entonces, les decía que fuimos al desierto de Sonora. Y él, el buen Carlo, traía un ánimo que no se la creía. Inclusive pensamos que su último coctel lo había sacado de algún refugio de adictos o algo así. Pero no. Yo estuve ahí y estoy seguro de que ese médico de grandes anteojos no se metía nada. Lo sé reconocer, en serio. Carlo iba por delante de todos. Cargaba su mochila de excursión con orgullo. Hubo un momento en que pensamos que de verdad se estaba creyendo que ese viaje era para buscar sangre antigua. Ustedes saben, sagrada. La verdad es que al principio creíamos que podríamos encontrar el refugio de la Sangre Pura, la que convierte a un vampiro en una especie de dios. Personalmente no creo en esas leyendas. Nuestros antepasados se llevaron siglos buscando y todo lo que habían logrado encontrar eran montones de sangre pulverizada que los dejaba semanas tumbados en cama con el estómago hecho pomada. Nada agradable.

Para ustedes sería bastante extraño ver un grupo de vampiros excursionistas. Me refiero a que parecemos un grupo de personas de lo más normal, inclusive por el hecho de estar en el exterior a la luz del día –eso de que la luz puede matarnos es la tontería más grande que han inventado, digo, si yo mismo conozco a quien escribió tal cosa. Era mi pariente-. Pero si nos miran por el tiempo suficiente y alguien como Carlo, con esa dosis de ánimo que se cargaba esa tarde, comienza a trepar por las rocas y a dar esos saltos que para un ser humano sólo se relacionan con súper poderes de película –otra cosa que deben agradecernos por inventar. Jah-; entonces sabrían que esos excursionistas son todo menos comunes.

Se supone que no es recomendable entre nosotros estar usando esas habilidades físicas en todas partes. Así como a ustedes les enseñan a lavarse las manos antes de comer, a nosotros desde pequeños, nos enseñan a no estar saltando rocas de 20 metros como si tal cosa. Una surte de buena educación, quiero decir. Pues Carlo era todo menos un vampiro educado. De lo peor. En serio. No podía salir a la calle solo. Por su culpa, o mejor dicho, gracias a él y sus ocurrencias uno de esos periódicos de lo Inexplicable tuvo notas y fotos borrosas por un mes. Un mes, caramba. Imaginen la vergüenza que pasé yo, su hermano. No vive solo por esa simple razón: no para de meterse –y de paso, meternos- en problemas.


No paraba de correr entre las rocas, las dunas y todo eso. Llegó un momento en que de verdad estábamos perdiendo la paciencia. Se suponía que planeamos la excursión para relajarnos y olvidar esos meses en que nos habían obligado a ir a esa escuela con todos esos humanos que no saben una palabra de historia y de nada. Es horrible. No entiendo cómo ustedes pueden soportarlo. Carlo iba delante como 10 kilómetros en el desierto. Regresaba con nosotros, hablaba un poco -siempre gritando- y se volvía a ir. Salía disparado echando polvo en nuestras caras. Nos tenía hartos con toda razón. No paraba de hablar sobre la muchacha que se sentaba frente a él en la escuela. Estaba de verdad hecho un imbecil. Yo pensé que nos diría que había encontrado la Sangre Pura y que ahora todos nosotros seríamos dioses y por fin daríamos a los humanos su merecido por hacer todo mal. En verdad, estoy bastante enojado siquiera de recordarlo para contarlo. Me entenderían si fueran vampiros, estoy seguro.

Por desgracia así era Carlo, desde muy pequeño. Saben, y no sé si les interesa pero, el nacimiento de un vampiro es algo digno de celebrarse. Sobre todo si como nosotros, llegamos en pares. Sí, Carlo y yo somos gemelos. Nacimos en el año 1789, en las afueras de la Capital. Eran buenos tiempos. Me gusta recordarlos. Nos la pasábamos muy bien saliendo a correr y acompañando a papá en las noches que salía en busca de su coctel. La verdad es que no necesitamos estar tomando sangre ni mordiendo gente todas las noches. Ya les decía que somos perfectamente normales; esas películas y libros han contado miles de tonterías sobre nosotros. Lo que sí puedo asegurarles es que somos mejores que ustedes. Mucho mejores. Hemos vivido en este planeta por más tiempo sin causar ningún problema ni estar matando animales. Mi hermano y yo tenemos 220 años cada uno; quizá les suene a que estamos tan viejos como Matusalén pero se equivocan. Nuestra edad es muy diferente: es como si alguno de ustedes tuviera unos 17 ó 18 años, y de verdad, si nos vieran, jurarían que tenemos esa edad. Hasta nos presentarían a sus hermanas. Lo puedo asegurar.

Carlo ya había llegado a la frontera. Esa última carrera le tomó una media hora y nosotros ya estábamos buscando un lugar donde sentarnos a comer algo. Llevamos bastante como para un viaje de 4 días –los vampiros comemos a un ritmo muy diferente: con una buena comida podemos estar como si nada por una o dos semanas. O hasta más- y ya teníamos bastante hambre. Si he de ser franco, yo estuve a punto de echar una carrera al pueblo que estaba a unos 100 kilómetros –esa distancia me la podía echar en 5 minutos- y hacer perdidizo a un carnicero gordo. Pero no lo hice. Aunque ya tenía más de un año que no comía carne humana no quise hacerlo. Créanme, no es tan glamoroso como lo ven en las películas –Jah. Las películas-.

Carlo regresó justo cuando abríamos los paquetes de comida. Hasta pensamos que el muy cabrón la olfateó hasta donde estaba y regresó corriendo. Era capaz de eso y de más. Lo he visto. Llegó y se sentó a mi lado, cómodo el muy cabrón. Sacamos todo y tomamos el alimento en silencio. Todos excepto Carlo. Él seguía hablando de su amiga –le dijimos, en broma, que era su novia-cena pero no le hizo gracia, volteó a vernos con una mirada de te voy a matar-. Se llamaba Rosaura. Imaginen eso: un vampiro clavadísimo con una humana llamada Rosaura. Si por eso nos iba como nos iba, en serio. Habiendo tantas de nuestra especie tan bien formadas. Yo, por ejemplo estaba saliendo con esta lindura llamada Sophie. Hermosa, para enloquecer. Tampoco estaba enamorado de ella. Apenas hemos salido unas 120 veces en los últimos 75 años. Nada formal. Pero Carlo apenas había saludado a la tal Rosaura y ya estaba corriendo como un demente por todo el desierto en nuestro viaje de relajamiento. Para morirse del coraje.

Le hablamos sobre lo idiota de su idea de pedirle que saliera con él. De ser novios, pues. Después de todo es una estupidez por donde la miren, ¿qué pasaría si un día que estuvieran en el cine o algo así a Carlo le diera un ataque de hambre? De seguro no estaría dispuesto a tragársela. ¿Y si le agarraba el hambre estando en la cama con ella? De plano esa era una idea absurda, me refiero a pensar tener por novia a una hembra humana. Ya sé, ustedes piensan que los vampiros nos reproducimos poco y sólo dejamos descendencia cuando mordemos a un humano y lo elegimos para convertirse en uno de nosotros. Se los digo francamente: no crean toda la basura que dicen los libros o películas sobre nosotros.

Nuestra excursión transcurrió prácticamente sin ninguna emoción. Carlo iba y venía a toda velocidad, saltaba dunas y rocas como en día de fiesta y nosotros aprovechamos el intenso sol –nos encanta el calor extremo, es relajante sobre todo durante el crepúsculo- para respirar tranquilos y recuperar las fuerzas. Al cabo de los 4 días regresamos a casa. Todos nos recibieron como si hubiéramos cazado a nuestro primer humano o algo parecido. Ridículo, debo admitir; pero es la familia y más vale hacerse a un lado.

Ahí estaban algunos primos y tíos. Todos preguntando qué se sentía estar en una escuela rodeados de humanos. Éramos los primeros de esta zona en hacer ese experimento. Un experimento, por favor. Qué listos y ociosos nos habíamos vuelto para estar experimentando en esas cosas. Jah. Estaba también una amiga muy cercana de nuestra madre: una de esas que cree que esos experimentos son útiles para algo. Ella se dedica a convivir con humanos –por favor, que estupidez- y luego venir y contarnos sobre ellos y hacer que nos caigan bien. A mi me parece una pérdida de tiempo porque, si lo vemos de manera fría, nos está animando a jugar con la comida. En fin, ahí estaba ella también.

Como era de esperarse Carlo no paró de hablar de Rosaura. Las mismas historias sobre sus ojos y su cabello que habíamos tenido que soportar en el viaje estaban ahí de nuevo. Pero Isabel, la amiga de nuestra madre, lo escuchaba como si le estuviera revelando el secreto más valioso. Se pasaron horas hablando. Yo me hubiera ahorcado o algo así para no escuchar todo eso –lo cual sería inútil, ahorcarme no me hubiera matado. Pero no les diré la forma en que sí hubiera muerto, quédense con las mentiras que les han contado. Jah- .

Al final del día, cuando todos se retiraban Isabel se nos acercó para darle las gracias a Carlo por lo que le había contado. Parecía que se le había encendido el foco o algo. Tenía una idea grande, se adivinaba por su mirada –parecía como cuando en las caricaturas los ojos se vuelven signos de dólares- y esa sonrisa de oreja a oreja.

Yo sigo pensando que ese experimento de convivencia es algo inútil y estúpido. Pero como siempre sólo escuchan a Carlo y a mi no. En fin. Hace unos meses supe que Isabel se volvió millonaria por algo que hizo a raíz de la plática que tuvo con Carlo. Hasta salió en el cine. Pero como les he dicho antes, yo no voy al cine. Lo odio. Dicen demasiadas tonterías sobre nosotros.



**Cuento publicado en la antologìa "Vamp Fest", con El Under Ediciones, 2009.